martes, 27 de septiembre de 2011

Retratos históricos: en busca de la fidelidad

La historia se basa en hechos registrados en documentos que se han dejado como constancia, y si no fuera así, en la transmisión verbal de boca en boca a través de las generaciones humanas. No obstante, aunque se den por ciertos algunos documentos, hay puntos que son discutibles, otros son totalmente veraces.

Tales documentos no siempre son escritos, en los remotos tiempos los mejores testimonios son aquellos que se manifiestan a través del arte, mostrando cuadros de costumbres, hechos y retratos en pinturas, esculturas, dibujos, grabados. Los bellísimos gráficos de las Cuevas de Altamira son de los primeros ejemplos de cuadros de costumbres.

No obstante, a veces no podemos guiarnos ciegamente por algunos (muchos) de estos documentos. Como son realizados por personas pueden ser ciertos, como pueden ser versiones tergiversadas de la realidad.

Por ejemplo, hablando de retratos de personajes históricos, existen monedas que muestran el posible rostro de Cleopatra Filopator Nea Thea VII, a quien el cine idealizó en el bellísimo rostro de mirada violeta de Liz Taylor. Pero se dice, hoy día, por estas monedas acuñadas por Roma, que Cleopatra "no era bonita", que "solamente" poseía un carácter fuerte, inteligente y decidido.



Pero sería muy errado mirar con los ojos del siglo 21 lo que la antigüedad consideraba "bonita", hoy tenemos un standard de belleza totalmente distinto al de esa época. Mirando sólo un siglo y medio atrás, a la gente le parecía bellísima la mujer gordita, papuda y celulítica.

Es cierto lo de la inteligencia y la personalidad de Cleopatra, la belleza sin eso es anodina, pero con seguridad también tendría encanto, y mucho. Y especialmente en una época (larga época) en la que las mujeres siempre fueron sumisas y no se les permitía individualidad.

Pero si miran con atención, verán que la moneda con el "retrato" de Cleopatra muestra un rostro romano, el peinado también. La historia toma, dijimos, como modelos los testimonios artísticos de pinturas, esculturas, dibujos, pero muchas veces no caemos en la cuenta de que artistas y artesanos buenos y malos hubo siempre. Por tal razón, hay que ver si el artista que ha hecho ese retrato era de calidad, y para ello tenemos que ver el resto de sus obras.

La prueba es, por ejemplo, nuestro General José de San Martín, a quien se lo ha retratado de manera tan diferente como retratos suyos hay, y algunos son caricaturescos, de puro grotescos. Y la investigación histórica ha concluído con que el retrato mejor y más fidedigno fue el que le realizó la profesora belga de dibujo de su hija Merceditas, con la ventaja de que esta señora lo pintó en vida, sacando de sus rasgos de hombre mayor los de su juventud. Y esta aseveración está apuntalada por los dagerrotipos del Gran Capitán que nos marca su fisonomía con mucha más exactitud, pudiéndose así comparar acertadamente. Y me refiero al famoso cuadro San Martín envuelto en la bandera.







Cosas similares suceden con el retrato de Napoleón Bonaparte, de quien se considera más acertado los magníficos retratos en mármol que le hizo su amigo Antonio Canova, quien vivía en su palacio y que creó sus obras estando el emperador presente, que difieren mucho de los numerosos retratos en donde se lo muestra como un hombrecito rechoncho y gracioso.

Ahora bien, si vemos esta moneda donde muestra a Cleopatra:




Podemos comparar con otras monedas romanas de la época, como por ejemplo, la de Berenice II (egipcia):




La de Arsinoe II (egipcia, también):



Veremos que no hay mucha diferencia con el faraón Ptolomeo I, todos con rasgos y peinados y accesorios romanos!:



Y, para completarla, una versión diferente de Cleopatra Filopator VII, nuestra famosa "Cleo", que en nada se parece a la otra moneda, y también con su tocado romano:



Y en el libro de historia de Drago para el estudiante bachiller, hay otra moneda más en donde la nariz de Cleopatra es ganchuda como pico de loro. Por lo que, lamentablemente, aún no podemos saber de verdad cómo era el rostro de de la célebre reina de Egipto que enamoró perdidamente al emperador Julio César y a Marco Antonio, con quienes tuvo hijos, dos con el primero y tres con el segundo.

Por eso, aunque la historia es como decía mi madre María Esther, maestra ella, "un montón de mentiras que con el tiempo se convierten en realidad", no todos los datos hay que creerlos a pies juntillas, porque debe primar ante todo la razón y la investigación.

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