sábado, 2 de marzo de 2019

Fotos que cambian

Tengo unas cuantas fotos hermosas que, si bien no han “cambiado” mi vida, sí han hecho que se conviertan en un símbolo de ciertas emociones y/o de sueños logrados. Pero sí, existe una foto que puedo decir, con certeza, que ha “cambiado” en algún modo mi trayectoria. Y es ésta. 


No confundir con cholulismo, por favor. Se trata de una foto que, cuando fue tomada en el año 1986, con motivo del Mundial de Fútbol en México, llamó mi atención como algo muy expresivo y simbólico, Diego y yo tenemos prácticamente la misma edad y él era todo un fenómeno de creciente popularidad, tanto para amarlo como para odiarlo, según quien opinase. Guste o disguste, es emblemática sin discusión.




Y fue recién veinte años después, exactamente en 2006, cuando cobró un significado totalmente revelador, al recibir en mi taller a las personas que deseaban realizar un homenaje a tan singular deportista y, luego de casi un año de negarme a hacer ese trabajo (estaba muy ocupada con otras obras), accedí a realizarlo.




Jamás podré arrepentirme de haber aceptado. A la extraordinaria experiencia que vivimos con los bordes de esta tarea, se le suma el hecho de que esta obra, en mi trayectoria artística, se convirtió en un antes y después, llevándome por caminos insospechados de febril actividad. Además de las emociones encontradas según la vivencia que nos tocaba cada día de esos meses de trabajo, se le sumaban los reportajes en interminable seguidilla, tanto presenciales como telefónicos, así fueran desde EEUU, Alemania, Australia, España... El teléfono ardía.




Nunca olvidaré la camaradería de los que encargaron la obra y trabajaron denodadamente para que todo se llevara a cabo con éxito y excelente organización: Julián Chavero, Leo Quintanilla, Lionel Díaz, Gastón Amato. Siempre estaban ahí, facilitando la información gráfica que necesitaba, así fuera la ampliación de la foto de la pulsera cabalera del futbolista, como el bolsillo de Bilardo en los pantalones del Mundial, las zapatillas personales de entrenamiento de Diego que trajeron al taller para que sirvieran de modelo, como también el trabajo de armar carros para el transporte, proveer materiales accesorios, construir la base de madera para llevar al Club de Boca Jrs., todo regado con mate y empanadas criollas. Y muchas risas y bromas, sobre todo eso. Inolvidable.




La inauguración fue el gran premio al ver las lágrimas del ídolo cuando descubrió su retrato, diciendo que así quería que sus hijas lo recordaran en el futuro, como en esa obra.




Fue como abrir una puerta para que por ella entrasen los demás futbolistas de alto renombre, esculturas todas de 250 cm de altura de los pies a la cabeza, de distintos clubes y épocas, todas emociones renovadas por sus historias diferentes. Y el máximo placer cumplido, años después, entre otras, con una figura de tres metros de altura del General San Martín, para la provincia de Misiones.

Por eso, no tengo empacho alguno en señalar que, en mi trayectoria artística, la foto que dio pie para florecer mi derrotero de aquí en más fue ésa, la del capitán argentino del Mundial de 1986.


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Elizabeth Eichhorn

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