La frase Nosce te ipsum, atribuida a Sócrates, aunque otras versiones históricas también lo atribuyen a otros filósofos de la humanidad, este aforismo de origen griego y traducido al latín, inscripto por primera vez en la parte frontal del Templo de Apolo en Delfos, Grecia, “Conócete a ti mismo”, se refiere al ideal de comprender la propia conducta humana y nuestro pensamiento, como punto de partida para comprender a los demás, formando así una interacción infinita que nos retroalimenta en sus idas y vueltas, nosotros-ellos-nosotros.
Tomando como ejemplo al sufrido y voluntarioso Sísifo de Homero, en su persistencia para rodar la piedra cuesta arriba de la ladera, aunque nunca seamos perfectos “hay que agotar el ámbito de lo posible”.
Las religiones, a través de los tiempos, nos hablan de los deberes morales a seguir para ganar, según sus promesas, el cielo. Las ciencias estudian, analizan y prueban los comportamientos y sentimientos de los seres humanos desde sus causas físicas y psíquicas, sus vivencias, sus expectativas.
Pero ni religión ni ciencia nos hace mejores personas por sí mismas. Sólo el estudio, la lectura idónea y el arduo trabajo de cada ser humano marcan la diferencia. Lo bueno y lo malo de esto es que depende de la voluntad de cada uno: bueno, porque depende de nosotros mismos; malo, porque solamente nosotros podemos hacer el cambio.
La filosofía es la disciplina más eficaz para lograr esta evolución individual de cada ser que se lo proponga. Lo hace, no por rígidas reglas establecidas como leyes con sentencias, ni como mandatos divinos con castigos para quien caiga en tentaciones vanas, sino dándonos las herramientas simbólicas que, en nuestro acto volitivo de estudiarlas, van haciendo poco a poco nuestra transformación interna que nos hará crecer y sentir como aquel tipo de persona que hemos elegido ser, para bien de nosotros y de quienes nos rodean.
El conocimiento filosófico nos incita a buscarnos a nosotros mismos para descubrir quiénes somos, a dónde vamos, cómo lo haremos en cada día de nuestra vida. No es solamente una revelación, una evolución, es también una obligación, un deber, un trabajo a tiempo completo. No es un modelo que debemos copiar, ni siquiera es una lista de cosas para aprender a hacer. Es simplemente ser como somos, únicos e irrepetibles, pero más depurados, mejor equilibrados, más libres del peso opresor de lo vano, de lo prejuicioso, extrayendo de cada uno de nosotros, en lo posible, el diamante que tenemos debajo de nuestra capa gruesa de piedra rústica, intentado dejarlo a la vista, al sol, para que todas sus facetas destellen su particular luz.
Como el diamante, no es un logro de un día, ni tampoco un logro por inercia, un crecimiento automático, una jerarquía que se gana por antigüedad: nada nos exime del trabajo y el estudio que hay que hacer, trabajo constante y perseverante.
Sin la auto observación, es imposible que un ser humano pueda llegar a conocerse a sí mismo. Es tomándonos el hábito de tener un breve y disciplinado tiempo diario, acompañados solamente por nosotros mismos, cuando tenemos la oportunidad de observarnos hacia adentro, como si fuéramos espectadores y no protagonistas de nuestro accionar y nuestro sentir.
Pero no nos engañemos, esta es una recompensa a un personal trabajo tenaz, no una casualidad ni un premio, es un trabajo que no se termina nunca. Que no se debe terminar nunca.
Elizabeth Eichhorn
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