Fueron varias las oportunidades en las que me han tocado algunos hombres que tienen naturalizado que las mujeres somos débiles e ignorantes, aunque no fueron experiencias demasiado dramáticas, salvo esa primera vez.
Se trató de una escultura de 240 cm de altura realizada por una alumna y amiga, privada de la vista por retinosis pigmentaria, Carola Iacobini.
Carola creó, a pocos meses de comenzar a trabajar en mi taller, una obra que se convertiría en la representación abstracta y simbólica de su propia vida, la hizo sola, sin más ayuda que la de alcanzarle alguna que otra herramienta que no tuviese a mano.
Cuando llegó el momento de emplazar la escultura en el parque de la sede de UMASDECA —Unión Marplatense Social por los Derechos del Ciego y Ambliope—, tuvimos la mala suerte de que el día anterior había llovido mucho y el suelo era un barrial. Habían traído una máquina elevadora que pesaba tantas toneladas que no le era posible acercarse lo necesario al basamento de la entrada del edificio, so pena de enterrarse en el fango, teniendo que bajar en la vereda su carga, la pesada obra colgada del gancho de la grúa, a la que hice depositar sobre largos tablones para deslizarla por allí hacia su destino.
Eran seis hombres y un capataz lleno de órdenes, dispuesto a desdeñar las sugerencias de una mujer porque, "qué saben ellas". No empalmaban una con otra, todo les salía mal, patinaban cómicamente sin poder mover la escultura un ápice hasta que ya, saturada de enojo, levanté la voz con firme autoridad, haciendo que se callaran al unísono todos los hombres y el mismo arrogante capataz. Les pregunté quién era el escultor ahí, quién tenía experiencia en eso y afirmé que nadie podía superarme en ese campo y que por favor no discutan más y que hagan lo que yo diga.
Tengo conciencia de que, bajo mi apacible manera de ser, guardo una cara de bruja de temer. Calladitos y mansos, los hombres hicieron lo que dije, hice traer unos caños que pusimos bajo la escultura, y a medida que ella rodaba reponíamos los caños y los tablones más adelante. La obra de nuestra querida Carola, que nos seguía muerta de nervios, se colocó triunfal y rápidamente sobre el basamento final.
El día de la inauguración estuvo lleno de emociones ante una escultora ciega y feliz, acompañada por un nutrido público y una orgullosa profesora a su lado.
Desde ese entonces, nunca más tuve problemas con la discusión de mi autoridad de parte de los hombres, creo que la cara de bruja se transparenta un poco bajo mi piel antes de comenzar las movidas de mis obras propias, mucho más grandes y complicadas, en las sucesivas experiencias de mi vida de escultora.
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