"Camille Claudel" (1988), es una película que siempre que la vuelvo a ver, es hasta la mitad. No necesito ver la mitad final, me deprime, me angustia, personalmente no me aporta nada.
Pero la primera mitad… no tiene desperdicio. Camille discute ante el gran maestro sobre sus conceptos y el diálogo entre los dos es un enriquecimiento mutuo, ya que cada uno aporta lo suyo, ella la sensibilidad y la espiritualidad, él la técnica y la fuerza. Junto a la pasión por la escultura, ambos hacen una suma de enseñanzas de la cual yo aprovecho para aprehenderlas, así sea pobremente, y me inclino mucho por la manera de Camille de ver las cosas. Rodin creaba su magnífica obra a costa del sufrimiento y la salud de sus modelos (una de ellas murió de neumonía por posar largas horas ante el escultor), Camille insistía en que no era necesario hacerlos sufrir para lograr la obra. Y a mi humilde juicio, tenía razón. Se puede trabajar en la escultura todo lo que se requiera, y el modelo sólo es necesario para ciertos momentos, no todo el tiempo. Aun si fuera mejor que esté posando todo el tiempo, deploro hacer obras con el sufrimiento ajeno. Supongo que eso es propio de las mujeres. Supongo que por eso el crecimiento puede ser más lento. Las cavilaciones que produce esta película son muy constructivas.
Hay otras películas de arte significativas para mí pero, ésta, me toca más de cerca.
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