La mejor manera de superar el bloqueo artístico es con la acción. Haciendo propio el concepto de que un camino de kilómetros se comienza con el primer paso, en el arte, en mi taller al menos, es lo mismo.
Tengo, como todo el mundo, días de mucho entusiasmo y
días de abulia. Es normal, no es malo, el artista plástico no es una máquina de
inspirarse con temporizador. Es necesario de vez en cuando un parate para
juntar nuevas fuerzas, el tema es no excederse porque cuando pasan demasiados
días, la falta de acción creativa empieza a pasar factura al sistema nervioso.
Así que, a levantarse y enfilar para el taller.
Pongo música que me gusta, seleccionada por mí en un
pendrive. Aromas agradables, suele ser un trocito de palo santo encendido.
Buena luz cálida y abundante, mucha luz. La temperatura adecuada, en salamandra
encendida o el sol de la tarde que entra por las vidrieras, o el fresco en el
verano encendiendo los aparatos. Con todo esto voy minimizando las excusas para
fugarme.
La motivación mayor es el orden: si no tengo orden
visual no puedo tener orden mental. Cada herramienta en su sitio, la mesa
despejada, el piso barrido, a rajatabla. Nada fuera de su lugar.
Ahí no me queda más remedio que empezar a manipular
los materiales, al principio con cierta incertidumbre de qué haré con ello y
luego, el contacto con esas texturas y todo el entorno que me acompaña, hace
inevitable entrar en clima.
Lo más seguro es que lo primero que haga terminará
descartándose y deshaciéndose, tal vez lo segundo también, porque como "la
inspiración llega cuando nos pilla trabajando" —Picasso dixit—, después de
los primeros torpes y desganados escarceos viene la idea que vale y todo
empieza a tomar forma.
No conozco otra fórmula mágica que ésa para combatir
el bloqueo, la de dar el primer paso, con una mise en
scene adecuada para provocar un ambiente creativo.
Detalle del Taller y de la escultura "La Cumbre", de Elizabeth Eichhorn