domingo, 6 de agosto de 2023

Caravaggio: Una fuerza anárquica

 Extracto de una publicación escrita por Hernán Arias, para el diario Perfil, el 19 de diciembre de 2010.

Helen Langdon organiza su investigación sobre Michelangelo Merisi, más conocido por el nombre del pueblo lombardo en el que nació en 1571, Caravaggio. Pero como en ocasiones sucede con las biografías académicas realizadas con dedicación y rigurosidad, desde un comienzo este trabajo de quinientas páginas deja en claro que la vida y la obra de este influyente artista italiano sólo pueden ser comprendidas reconstruyendo –en la medida de lo posible- la compleja trama de sucesos y relaciones en la que se desarrollaron, ese tiempo histórico-político que las definió y al que ahora nos ayudan a comprender.

La vida de Caravaggio no fue muy distinta a la de muchos otros artistas con ambición y talento nacidos en un pueblo de provincia: después de recibir una formación básica y de trabajar como aprendiz en el taller de un modesto pintor que lo inció en el oficio, partió en busca de nuevas experiencias y saberes radicándose primero en Milan y después en Roma, donde conoció a importantes pintores y mecenas que le permitieron completar su formación y obtener reconocimiento y prestigio, de todas maneras, Caravaggio forma parte de ese reducido grupo de artistas que hablan sólo por sus obras, las que, según Langdon, “reflejan su personalidad absorbente”. No escribió nada y apenas queda constancia de sus palabras, por lo que las anécdotas asociadas con su nombre siempre son confusas y están acompañadas de especulaciones y misterio.

Para reconstruir la vida del pintor, Langdon recurrió a dos biografías fundamentales escritas por dos contemporáneos de Caravaggio. La primera está firmada por Giulio Mancini, un doctor sienés versado en los asuntos del arte, quien cuidó al pintor cuando éste cayó enfermo mientras vivía en el palacio del cardenal Del Monte, a finales de la década de 1590. la segunda le pertenece a Giovanni Baglione, un respetado escritor y pintor que utilizó en Roma en el mismo período en el que lo hizo Caravaggio, y compuso una breve y precisa biografía sobre éste, en la que llamativamente el autor lo toma como enemigo, por lo que en sus páginas predomina un tono burlón y vengativo. Ambas biografías dejan en claro que Caravaggio era un hombre difícil: irascible y pendenciero,

Otro aspecto de ambas biografías coinciden en señalar, se relaciona con la inmediata recepción que tuvo su obra: los contemporáneos de Caravaggio se maravillaban de su naturalismo, pero ya en la siguiente generación muchos lo consideraban “una fuerza anárquica que amenazaba el arte pictórico”. En este sentido, algunas teorías de la época resultan admirables por su nivel de delirio: un tal Poussin sencillamente afirmaba que este pintor “había venido al mundo para destruir la pintura”, mientras que un tal Bellori explicaba las características de sus obras a partir de la fisonomía del artista. Según escribió Bellori: “El estilo de Caravaggio se corresponde con su aspecto y fisonomía; tenía la piel y los ojos oscuros, y las cejas y el cabello negros, y esos tonos se reflejan en sus cuadros de forma natural”.

Lejos de caer en las asociaciones forzadas que establece Bellori, Langdon logra explicar con claridad las motivaciones profundas que llevaron al pintor de Lombardía a tomar determinadas decisiones. Por ejemplo, nos deja en claro que para cualquier artista que llegara a Roma a fines del siglo XVI, como lo hizo Caravaggio, habría resultado muy difícil escapar a la influencia del espíritu combativo de la Contrarreforma, que se encontraba en su momento de expansión; por otra parte, nos permite dimensionar hasta qué punto resultó determinante que Italia, España y Francia decidieran suspender sus enfrentamientos para aunar fuerzas contra el avance de los turcos y la religión musulmana, lo que dio una preponderancia al arte que hasta entonces no tenía. Con una inusual elegancia expositiva y sin menoscabar jamás el talento y los méritos artísticos de este pintor, Langdon consigue hacernos comprender que incluso los espíritus más elevados de nuestra especie están sometidos a los caprichos de la historia.

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