Hace cuatro años, mi hija me contó que un contacto de su página de Facebook, a quien ella apenas conocía, le había escrito en el messenger para ver si podría interceder ante mí por ella. Quería pedirme permiso para tatuarse una de mis obras, porque le había gustado.
Atónita, le dije a mi hija que le dijera (sí, así fue, toda una secuencia de mensajes) que no tenía problemas, que hiciera lo que le pareciera, me resultó algo gracioso. Y me olvidé del asunto.
Tiempo después, en enero de 2019, mi hija me envió una foto publicada por esta persona, con mi "Atenea Criolla" tatuada en su pierna. Tardé mucho en reaccionar, me impresionó enormemente, ¡fue muy fuerte!
Que una obra sea elegida por alguien a quien no conozco, para ser llevada ad eternum en la piel, lo consideré un honor y un regalo para el alma.
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