Hubo un capítulo, mejor dicho una escena, que fue inolvidable para mí y me ha servido de mucho desde entonces. Había un profesor anciano, de esos que, en pocas palabras, era insoportable, del tipo de persona que descoloca a los demás por su exótica manera de ser. Pero, dentro de su aparente rareza, decía y hacía cosas que dejaban a más de uno pensando en lo buen profesor que era, del tipo de "los de antes".
En ese capítulo, una joven enferma de leucemia cursaba las clases. Obviamente, su situación causaba conmoción y piedad. Pero no a este profesor, que la trataba con rudeza, casi con más que al resto de los alumnos, exigiéndole el cumplimiento de sus tareas.
Uno de sus colegas profesores, en un aparte, le llama la atención sobre esa actitud, sugiriéndole un poco de flexibilidad. Y el profesor le responde, secamente: "Qué? Quieres que le recuerde que tiene cáncer?".
Esa anécdota fue un shock necesario que acomodó mis ideas de un golpe. Y las puse en práctica, no con rudeza, por supuesto, pero sí con la inflexibilidad "amable" que le corresponde a todo el alumnado por igual, aunque eso me costara ir a llorar a solas, odiándome a mí misma.
Porque es verdad, cuando una persona ya tiene un problema serio, una pérdida, una capacidad disminuída, el problema que le afecta no es tan doloroso como cuando se lo trata con deferencia o peor, con conmiseración. No es cuestión de poner a todos a la fuerza en un mismo saco, sino de darles la oportunidad de meterse solos en ese saco.
¿Porqué, cuando alguien carece de la vista, lo tomamos del brazo y lo "ayudamos" llevándole a determinado sitio? ¿Porqué, cuando alguien está con muletas, le decimos que se quede quieto, que le alcanzamos las cosas? ¿Porqué, cuando nos enteramos de que alguien no escucha bien, le gritamos? O peor, le hacemos señas de manos sin preguntarle primero si habla con ellas? ¿Porqué, si a una niña le ha fallecido la madre le permitimos actitudes que a los otros no se las permitimos?
Y no es que la sociedad sea insensible, todo lo contrario! Simplemente, es como cuando se dice que "tanto amor mata", tanta dedicación por tratar a la persona según su problema termina por dañarla más que ayudarla.
En los tiempos que hoy corren, el ciego está entrenado por las instituciones correspondientes para valerse absolutamente solo en la vida y, más aún, para doctorarse y dar cátedras asombrosas o hacer esculturas que nos estremecen de pura plasticidad. Los enfermos logran metas que los sanos no se atreven y los sordos, si no se valen de la maravillosa electrónica son enseñados a leer los labios o... ambas cosas!
La cuestión es no tomar al ciego del brazo y llevarlo como a un muñeco por la calle: hay que dejar que esta persona le tome al vidente el brazo y lo guíe a donde quiere ir. Y si quiere hacer una escultura le decimos cómo se usan las herramientas y él decide cómo adaptar ese uso a sus posibilidades. Que el que lleva muletas se levante, despacio, pero que lo haga, y recoga el objeto que necesita. Que el enfermo estudie a la par de los demás como esperanza constante de que tiene la misma oportunidad de graduarse por sus propios medios y de disfrutar toda su vida de su carrera. Y que el sordo nos mire a la cara para que así, ayudado por nuestros labios sin exagerar gestos y nuestra actitud "normal", él se sienta también "normal". Gritar, arrastrar, impedir, compadecer, sólo hará sentirse disminuído al que puede hacer las cosas... de una manera diferente.
"¿Cómo vas a hacer eso? ¡No podés!", es la peor condena a muerte en vida que le hacemos, con nuestra sobreprotección, a los demás. A cualquiera. Siempre se puede, siempre hay un modo...
La historia, la actualidad, la vida misma nos muestra a diario ejemplos de lo mismo. Pero la sociedad debe ser educada para esto, en todas las instituciones educativas del mundo. Menos materias "vacías" y más materias prácticas. Porque nadie está libre de quedarse en una situación de pérdida.
Gracias al pintoresco profesor Lipschultz, por esta enseñanza tan importante para todos los docentes y los que no lo son.
Elizabeth Eichhorn