Esta leyenda es de origen toba, tribus que viven en nuestra provincias de Chaco, Formosa, Santiago del Estero y parte de nuestro litoral norte.
"Cuando Kharta creó el mundo no existían el frío, la enfermedad, la muerte ni el hambre. Creó unos hombres–animales que eran inmortales. Tenían plumas y pieles y garras, algunos podían volar. Éstos vivían felices cazando, pescando y recolectando, el mundo estaba creado para ellos y formaban una unidad entre hombres y naturaleza. Pero estos hombres sentían el impulso natural de la procreación, entonces depositaban su semen en calabazas. Los niños nacían pero como carecían de leche materna, comían tierra y morían.
Los hombres–animales acostumbraban salir a cazar y dejar a uno de ellos cuidando la comida. Era turno de Elé, el hombre loro, de ser vigilante, cuando, mientras esperaba, escuchó unos ruidos extraños que provenían de lo alto. Eran risas.
En esa época, las mujeres–estrellas bajaban del cielo por medio de cuerdas para robar la comida de los hombres. Elé las vio descender por las cuerdas y como eran muy lindas quiso tomar a una de ellas, pero estas mujeres tenían mucho poder y Elé sufrió heridas en su boca, así perdió parte de su habla, de ahí que el ave sólo imite pobremente la voz humana. Las mujeres comían por arriba y por debajo, ya que también tenían dientes en la vagina. Cuando terminaron de comer subieron por las cuerdas hacia Pulé, el cielo.
Cuando llegaron los demás hombres encontraron la comida saqueada y a Elé herido, quien no pudo contarles lo que había pasado. Decidieron que al día siguiente quedaría de guardián Voyagá, el hombre zorro, el más inteligente del grupo.
Al otro día, estando solo Voyagá, volvieron a descender desde el cielo las mujeres estrellas. Esta vez, golpearon tanto a Voyagá, que el hombre terminó desmayado.
Cuando volvieron los hombres deliberaron nuevamente sentados alrededor del algarrobo. Decidieron que al día siguiente quedara de guardián Pamaló, el tatú, considerado el más fuerte del grupo. Pero ocurrió lo mismo, y se volvió un tatú. Así que Chiquii, el carancho, jefe espiritual del grupo, decidió cambiar de estrategia. Esta vez tenderían una emboscada a las mujeres. Un grupo se escondería en el monte cerca de la choza y Volé, el hombre halcón, volaría muy alto y cuando las mujeres estuviesen descendiendo, cortaría las cuerdas y las estrellas caerían fuertemente hacia la tierra. El golpe sería terrible y las mujeres quedarían a merced de los hombres.
La caída fue tan grande que las mujeres se enterraron en la tierra y los hombres debieron cavar para buscarlas. El tatú, que era muy bruto y tenía garras muy largas, dejó tuerta a una de ellas. El hombre zorro, que era muy apurado, sacó a dos de ellas y las llevó hacia el monte, “él quería probar primero” dice la leyenda. Pero como no sabía que tenían la vagina dentada, quedó castrado.
El hombre iguana tenía dos penes, entonces obsequió uno de ellos al zorro. Chiquii llamó a una reunión, deliberaron largamente y decidieron que el hombre mosca volaría más allá del mar para traer una solución. Así lo hizo y, de vuelta, trajo consigo el conocimiento del fuego. Pero trajo también el viento, el frío, la enfermedad y la muerte.
Llegó un fuerte viento frío. Las mujeres, que estaban desnudas, se pusieron a temblar y se arrimaron al fuego. Los hombres entonces, tiraron al fuego una piedra mágica que explotó y rompió los dientes de las vaginas. De esa manera los hombres animales se unieron con las mujeres estrellas y sus hijos son el actual pueblo Toba.
Otra versión de la misma leyenda dice que el hombre luna se apiadó de los hombres, bajó a la Tierra y poseyó a todas las mujeres rompiendo los dientes de la vagina con su pene de piedra —he aquí otro mito universal: el de la violación—, además las embarazó a todas.
Algunos hombres continuaron depositando su semen en calabazas, algunas de ellas cayeron al fuego y los niños nacieron de color negro, así se explica la presencia del hombre de color en América."
El mito de la vagina dentada se repite en muchísimas culturas que no están vinculadas entre sí, hay historias semejantes: el terror del hombre hacia una mujer con la capacidad de herir, de castrar a aquél que la posea en contra de su voluntad. Vale decir, el miedo del hombre a enfrentarse a un ser humano con poder de elección y de defensa. Como consecuencia de ello, está el otro mito casi universal: el de la violación para “apaciguar”, y detener el poder “excedido” de la mujer. Las culturas que tienen este tipo de leyendas son aquellas que tienen arraigada la cultura de la violación, sienten alentadas las costumbres de forzar, debilitar, dominar a la mujer. La mayoría de estos hombres —con honrosas excepciones, por suerte, y cada vez en más cantidad, gracias a la educación constante de hoy— son seres cobardes ante la posibilidad de sentir menoscabado su poder, que no desean en absoluto compartir.
Otra leyenda, y es de mi provincia de Buenos Aires, muy cerca de Mar del Plata, la ciudad de Tandil, es el de la Piedra Movediza, algo que ya no existe y se concluye que es debido a la ignorancia de la gente, que propició su caída en 1912, debido a que se colocaban botellas debajo de ella, para que al moverse, estas estallaran. El vidrio molido acumulado con los años terminó siendo un elemento en contra para que la piedra se cayera partiéndose en varios trozos al pie de la sierra. Una pérdida irreparable, por desidia y una imperdonable falta de protección.
La Piedra Movediza de Tandil, durante siglos, era un gigantesco peñón con una forma generalmente cónica irregular, apoyada en un punto sobre la cumbre de una sierra. En perfecto equilibrio, maravillas de la naturaleza, se bamboleaba levemente, en un movimiento rítmico y constante, como el latido de un corazón. Era el ícono de la ciudad —y lo sigue siendo—.
Las tribus mapuches de la zona contaban —y cuentan— el "origen" de esta piedra, en una leyenda:
"En la tribu nadie dejaba de asombrarse cada vez que sus ojos se posaban en Milla Rayén. ¿Por qué la muchachita no tenia la cara morena y la piel curtida como ellos? ¿De quién había heredado esos ojos de cielo y esos cabellos de oro que transaban con cuidado? Milla Rayén significaba, en lengua mapuche: "flor de oro".
Esos rasgos hacían pensar en antepasados remotos en el tiempo y la distancia. ¿Que hacia entonces allí con ellos, los mapuches, comiendo esos piñones gorditos que brindaban el pehuén o araucaria, de copa alzada y tronco robusto? ¿Seria acaso una enemiga?
Nadie tenia alguna razón concreta para acusarla. No conocían su pasado y el futuro se veía hostil para todos. El presente de Milla Rayén no merecía un solo reproche. Trabajaba como la que más. Amaba a los dioses de la tribu, respetaba las costumbres, decía solo la verdad y compartía los piñones que recogía cuando el pehuén estallaba en frutos.
Sin embargo, no se decidían a confiar en ella. Las mujeres eran las peores. Esas trenzas rubias y esos ojos tan azules las llenaban de temores. ¿O sería envidia lo que empezaba a nacer en sus corazones al verla tan linda y buena? No dejaban de seguir sus pasos, de espiar sus reacciones, buscando alguna razón que permitiera ofrecerla en sacrificio. Sororidad cero, no había nacido aún el concepto.
Milla Rayén callaba. ¿Que hubiera podido hacer su corazón sincero y bondadoso contra tanta maledicencia?
Un día, los temores de la tribu se vieron confirmados. El hombre blanco se acercaba. No había ya duda alguna de que se dirigía a las tierras de los mapuches. La lucha sería dura. Era el momento de ofrecer al dios Nguenechen un sacrificio, para forzar su protección.
Nuevamente el corrillo de mujeres actuó como un dedo que señala: no había nadie tan bueno como Milla Rayén en esa tribu. Había que ofrecerla en sacrificio para que el dios mapuche se sintiera halagado. Milla Rayén callaba mientras las mujeres cuchicheaban, seguía callando cuando comenzaron a alborotar entorno del Consejo de Ancianos y a lanzar chillidos de espanto. No rompió su silencio ni siquiera cuando oyó la sentencia de los hombres:
—Milla Rayén debe ser sacrificada.
Así dejó que la llevaran al punto más alto de las sierras. El gran Sacrificador alzó su brazo y un grito señaló el momento en el que el corazón inocente fue arrancado del pecho que la india ofrecía con valor.
¡Pobrecita, Milla Rayén! Su cuerpo había sido ya abandonado por la vida y su corazoncito tembloroso continuaba latiendo como un pichón asustado entre las manos ensangrentadas de su verdugo.
Las viejas y los ancianos del consejo bajaban ya por la sendas rojizas en un silencio que tenía algo de remordimiento, cuando la tierra se sacudió, los cielos estallaron en relámpagos y las entrañas mismas de los cerros temblaron. Parecía como que la naturaleza toda se estremeciese por el espanto de ver consumado el crimen de una inocente.
Todos huyeron precipitadamente, empujándose unos a otros como si su culpa los persiguiera, demasiado apresurados para darse cuenta de que allá, en la cima, el abandonado corazón palpitante de Milla Rayén crecía sin medida y se endurecía, hasta convertirse en una piedra que seguía moviéndose, apenas apoyada en una roca, con una especie de balanceo como si se empeñara en seguir vivo.
Es en ese momento que habían comprendido que había muerto una muchacha sin motivo. Quizás Ñancú, el ave sagrada de los mapuches, les arrojo a la cara la estupidez y la injusticia, junto con los bramidos del cielo, para que aprendieran la lección."
Por eso el significado del nombre de Tandil, piedra que late como un corazón.
Una vez más, en esta leyenda, se muestra la estupidez de los prejuicios, de la envidia y de la mediocridad de la mayoría de la gente.
Hace pocos años crearon artificialmente una piedra muy similar a la original, y la colocaron en el mismo lugar, aunque no se mueve, ya que ese prodigio que la caracterizaba no se ha podido imitar en forma natural.
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