Las manías colectivas son parte de nuestra cultura, necesitada de aficiones exageradas que la saquen del malacate de la vida diaria. En este terreno campean entusiastas y delirantes, adherentes y adhesivos (que son los más peligrosos). La leonardomanía no ha saltado al imaginario popular de improviso, como sí ha ocurrido con otras manías. Por el contrario, ha tenido una graduada gestación. Hace más de medio siglo que la imagen del calvo barbado está presente entre nosotros, y nos mira desde su autorretrato a carbonilla, algo difuminado.
El fenómeno Da Vinci es impar porque su figura ha ido constelando en torno de sí un conjunto de notas que atrajeron a distintas generaciones y estos planos se han ido integrando. "A cada generación la convierte el santo que más la contradice", dice Chesterton. Y la atrae el personaje que le revela sus vacíos. Primero fue su capacidad de inventor de tornillos hidráulicos y máquinas de volar y de sumergirse producidas por un artista que, a la vez, era un científico. Allegaba "las dos culturas", que señalaba escindidas C. Snow.
Por detrás de todas las mutaciones de la atención popular, subyace un mito: el uomo universale , aspiración que se afirma en medio de los crecientes especialismos, que acotan su huerto hasta lo microscópico. Es el hombre total que hoy no se alcanza. Leonardo despierta la nostalgia de la unidad, de la que hemos desertado. Lo integrado unitivo, en medio de la dispersión y el fragmento posmodernistas. El "Rigor Ostinado" de su lema se contrapone a la muerte del método en los filósofos del pensamiento débil.
El Código Da Vinci , la caudalosa novela de Dan Brown, atractivamente desarrollada e imperitamente concluida, y la película, ponen sobre el tapete el flanco enigmático del personaje, lo esotérico: sus textos invertidos que piden un espejo para su lectura, su escritura criptográfica, sus claves. El mundo de lo iniciático atrae hoy a los extraviados del homo religiosus .
Pero Leonardo no es un pai , es un Apolo asomado a lo oscuro que no se deja fagocitar por el enigma. Por eso contrasta con lo actual. Es Edipo del siglo XXI. La búsqueda de claridad en Leonardo es la raíz de su espíritu. "Un abismo le hacía pensar en un puente", dijo de él Valéry. Este es su sentido proyectivo y constructivo, que hoy escasea. Propone el equilibrio, como su imagen del hombre-microcosmos -cuerpo y alma-, que los muchachos llevan estampadas en sus remeras como un amuleto que, sin saberlo, los atempere.
Frente al desgobierno de las vías técnicas que nos avasallan, Leonardo fue señor de los medios. Fue un hombre con perspectiva unitiva. Por eso nos atrae, porque nos ha ido ofreciendo con su personalidad y obra todo lo que nos falta y ha desnudado nuestras carencias. Un espejo contrastivo.
El doctor Pedro Luis Barcia es presidente de la Academia Argentina de Letras.
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