La mayoría de las cosas que se crean para eventos especiales, suelen ser descartadas luego. Es una pena, porque muchas demandan un gran esfuerzo, gasto de dinero en materiales y movilidad, y la alegría o decoración o efecto que se buscó para ese evento podría repetirse más de una vez, siempre hay una excusa para estas cosas, o debería haberla.
Hace muchos años, el Centro Vasco Denak Bat de mi ciudad, organizó una movida enorme para un desfile que Mar del plata iba a hacer. Se decidió crear un enorme Gargantúa, personaje de la mitología de Euskadi. Nos fue encargado el trabajo y fue muy divertido hacerlo.
El propósito era que desfilara por la calle sobre una carroza, sentado ante una gigantesca mesa, en donde estarían parados dos "cocineros". La carroza se detenía en el camino para que los niños fueran subidos por los cocineros, enviados a la boca del Gargantúa, que los "masticaría" moviendo su mandíbula articulada y deleitándose con una grave voz interior por micrófono, que hacía sonidos de masticación, diciendo lo rico que era comer niños y largándolos por la cola con sonidos de flatulencia, gracias a un tobogán que llevaba adentro. Era la apoteosis para los chicos.
Las dos veces que este Gargantúa nuestro desfiló, el trayecto de todas las carrozas se hacía muy lento, eran interminables las filas de niños esperando ser "tragados" por el gigante. A la noche, en la gran fiesta del Centro Vasco, tomaban por asalto a los adultos incluyendo al presidente del Centro, a las mujeres vestidas de gala, al propio escultor, y los arrojaban dentro de la bocaza.
Nosotros, mi esposo y yo, hicimos la cabeza articulada y las manos. Las mujeres del Centro Vasco se dedicaron a vestirlo, después de que los hombres hicieran un esqueleto anatómico de hierro soldado. Era la oportunidad de juntarse todos comiendo bocados y viendo cómo desmontaban entera la camisa recién puesta porque a las costureras no les gustaba el pliegue que hacía una manga, en un perfeccionismo y amor por el trabajo a lo que, en mis 21 años de edad, presté mucha atención. Los niños se dedicaron a trenzar sus zapatos de cuerina.
En el taller, creando la cabeza.
Desfilando por la Avenida Colón.
Luego de esas dos oportunidades, tristemente, el Gargantúa con su carroza se arrumbó en un corralón de camiones, quedando en el olvido mientras el tiempo, en la intemperie, lo fue deshaciendo.
Esas tradiciones alegres que aúnan a los pueblos, me fascinan.
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