O el miedo en el arte
Los miedos actuales, aún a pesar de ser actuales, no son nuevos. Y una de las grandes funciones históricas del arte ha sido la de "ahuyentar fantasmas": de alguna manera, la representación de la enfermedad, de la fealdad, de lo que horroriza y repugna, nos aleja de ello al convertirnos en espectadores. Si se hace público, se muestra, se saca al exterior, no nos puede afectar porque ya no podemos ocupar el papel de protagonistas, sería la peculiar lógica de este pensamiento. Hoy, una gripe extraña; hace siglos fueron enfermedades como la Peste Negra, la Gripe española o, más recientemente, el Sida las amenazas que artistas del calibre de Rubens, Brueghel, Goya, Munch, Böcklin o Haring plasmaron en sus lienzos, cual catárticos amuletos.
De esta manera, el arte no sólo no se limita a reproducir la belleza, como han exigido muchos, sino que en ocasiones ha acogido en su seno los aspectos más dramáticos de la realidad: la guerra, la muerte y, cómo no, la enfermedad. Y es que, como medio de expresión que se hace eco de todos los aspectos de la vida, no puede dejar de lado aquéllos que la mayoría preferimos no tener presentes. Sin embargo, en determinadas épocas en las que las pandemias hicieron mella en el ánimo colectivo, el arte dio un paso más allá convirtiéndose en una especie de medio de control. Ya en la época de la imprenta podemos encontrar las primeras xilografías en las que un apestado es el protagonista; en este caso, la función era claramente didáctica y el grabado un ejemplo visual para médicos y cuidadores (que así sabrían dónde encontrar los bubones de la enfermedad y cómo curarlos).
La peste bubónica, conocida como Peste Negra, fue una de las epidemias más mortales del pasado: sólo en el s.XIV diezmaría un tercio de la población europea (eso sin contar los múltiples rebrotes de la enfermedad), de modo que debía ser algo muy presente en la vida cotidiana de finales de la Edad Media. Esta circunstancia queda recogida en la obra de multitud de maestros de la época y posteriores, como Durero, Holbein o, no podía ser de otra manera, El Bosco y Brueghel (El triunfo sobre la muerte, 1562, obra cuya teoría más admitida es la alusión a la peste del XIV). Un tema que más tarde recuperarán artistas como Rubens, Goya de una forma indirecta en sus Desastres (y en La Peste, de 1823) o, casi a comienzos del s.XX, Arnold Böcklin (La peste, 1898)
Un siglo que asistirá a otra de las pandemias más virulentas de la historia (mató a unos 40 millones de personas): la Gripe española, así llamada porque, debido a la gran cobertura que dieron los medios a la enfermedad en este país, daba la sensación de que era el único afectado. Y, en este caso, hemos de remitirnos a otro amante de lo grotesco: Munch, autor del famoso Autorretrato después de la gripe española. En muchos casos, estas obras son buenos testimonios de un sentir general y un documento histórico de primer orden. En otras, realmente actúan como catarsis, procurando al artista el medio para "expulsar" lo que de otra manera no sería capaz de llevar consigo, como sucede con uno de los más conocidos artistas del s.XX, afectado de otra enfermedad global: Keith Haring, muerto víctima del sida a los 32 años.
Extractado de "Artelista".
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