Vino a mi taller, en una oportunidad, un señor que se diría "visionario", pero que en realidad no eran más que delirios de grandeza.
Su propuesta era construir, bajo mi diseño (que lo hice) un original Cristo de 39 metros de altura, para superar en 1 metro al Cristo Redentor del Corcovado, en Brasil. Solvencia económica para ello tenía, el sitio era hermoso, hicimos un recorrido por él marcando el lugar de emplazamiento, ya que esas vastas tierras, casi al final del Sistema de Tandilia con sus elevaciones, eran de su propiedad.
El plan era genial y con mi experiencia en esculturas gigantes (la última en la que trabajé, ayudando, era de 20 metros sobre la cumbre de un cerro), para mí era muy factible. Y era muy, muy bien pagado.
El problema fue en la técnica, la infraestructura para levantar la obra. Hablé con un ingeniero y un arquitecto me dibujó los planos de anclaje en la roca, estaba sumamente asesorada, a eso sumándole mi experiencia anterior. Pero este señor era un hueso duro de roer, no quería que formara un equipo idóneo y profesional, porque "alguien le había dicho" que no hacía falta, que como el sitio era de roca viva, bastaba con clavar unos hierros un par de metros y levantar la figura así, ya que la roca de la sierra sería su basamento. Un delirio total.
No dormí por doce días, angustiada por semejante disparate. Me imaginaba la inmensa escultura caída después de quién sabe qué leve movimiento de la tierra, o simplemente porque, al estar como agarrada con las uñas a la roca, caerse era la única opción. Y matar a alguien, también.
Mi hermana me dijo: "Sigue a tu instinto". Por lo tanto le hablé a ese señor, le entregué mis bocetos a modo de consuelo y le dije que desistía del proyecto, porque en esas necias condiciones me negaba a trabajar. Volví a recuperar mi sueño.
Hoy en día pienso en qué lindo hubiera sido… en las correctas condiciones.
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