El ingrediente principal, lo sabemos, es la imaginación. Sin ella, nada, con ella, todo. La imaginación juega mucho con nuestros propósitos a la hora de hacer retratos, por ejemplo. La imaginación es una "rueda" mental —llamémosla así— que cuanto más haces andar, más quiere andar, más fácil le resulta, y eso aplicado a todo en la vida. Es una rueda que continuamente se ejercita si no para de rodar.
El personaje aparece invisible ante nuestros ojos cuando la imaginación nos pasa el dato. Todo es tomar la arcilla y darle forma para que sea visible. Una persona que vemos en el colectivo nos llama la atención y decimos: "Guau, parece un pirata". "Vaya, es una sirena".
Y aun retratando a gente concreta, tangible, se le puede dar un carácter de acuerdo a su vida, a su personalidad. Si es histórica, en cómo era en su vida cotidiana y su vida pública. O qué instante de esta vida te gustaría representar, qué expresión, qué actitud. En una palabra, "hacerte tu historia". En mi caso, yo funciono así. Una imagen me produce un "flash" y ya me inquieto sin remedio hasta que voy al taller a darle forma. ¿Parece complicado? ¿No es un tip que te sirve? ¿Esperabas un a, b, c? Es que no sé qué más decirte, porque lo que te digo es verdad pura.
La buena noticia es que la imaginación se aprende. Pero, parafraseando a Picasso, tiene que encontrarte trabajando.
"La madre eterna", de Elizabeth Eichhorn, retrato de L.E.
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