Es el propósito de la docencia el de lograr que otras personas crezcan y sean lo que deseen ser. Tuve gran cantidad de alumnos a través de los muchos años de profesora de arte, de todos los niveles a partir de la primaria hasta los universitarios, los adultos, los discapacitados, la tercera edad, los profesionales y los noveles.
Es apasionante ver como traen un proyecto, le decimos "¡adelante!", buscamos la técnica adecuada y la persona lo lleva a cabo con éxito, llenos de satisfacción. Si presenta dificultades técnicas, buscamos el modo, porque siempre hay uno. Las palabras "no", "no se puede", en el taller estuvieron prohibidas desde siempre.
Es de imaginar que hay muchísimas anécdotas, vivencias, las que son hermosas por los logros obtenidos, especialmente en aquellos alumnos que venían tan inseguros, tan poco confiados en sus capacidades, y que a través del tiempo se van irguiendo lentamente por dentro y por fuera, hasta enfrentar a cualquier persona e idea con determinación. Vamos, que la escultura no es para cualquiera, se sufre, se lastima, se desafía a la paciencia, se desvela, se aceptan los fracasos del material y los accidentes, se buscan soluciones, se agarrotan los músculos, se descorazona una y otra vez…
No es mágico, aunque lo parece, es que el combo de todo eso deja ese resultado en aquellos que persistieron en el trabajo. Los débiles se iban enseguida, los que quedaron —y fueron muchos— sentían el crecimiento.
Uno de los más maravillosos logros fue el de una de mis alumnas, Carola Iacobini, digo su nombre y apellido porque la verán en la red. Para no repetirme, en la entrada anterior a ésta hay un pantallazo de su historia.
Carola vino con tanta energía, con esperanza de recuperar la vida perdida, que al poco tiempo hizo su primer monumento de 2,40 m de altura. Rodeada por todos los demás, cantando y riendo, la otrora triste amiga dejó salir su música interior e hizo, justamente, un monumento musical, sonoro, en el que quiso representar su vida. Vuelvo a repetir lo que la entrada publicada anteriormente a ésta dice: es total y absolutamente ciega.
Por eso su obra consistió en una forma estilizada y abstracta que se elevaba y afinaba, en donde una de sus estructuras se cortaba, para continuar en un sitio cerca de ésta: representaba, así, la interrupción de un modo de vivir para continuar en una manera alterna que terminaba en un teclado sonoro de cañas al viento. Absolutamente simbólico.
La satisfacción fue continua y en la emoción de la inauguración en la sede de UMASDECA —Unión Marplatense Social por los Derechos del Ciego y Ambliope— , que fue una fiesta, toda la gente del taller estuvimos con ella y nuestras gargantas anudadas.
Entre tantas historias que atesoramos y que nos encanta rescatar en nuestras charlas, estaba la pequeña A., una niña extremadamente inteligente y creativa, que hoy ya es una joven mujer profesional.
A pesar de su corta edad, A. no sentía asco a ningún emprendimiento, a todo le hacía pecho. Decidió crear un dragón enorme, lo hizo en yeso directo, con las técnicas correctas, como si fuera adulta, ya que así se debe trabajar, a nadie se la hacemos fácil. El personaje era una mezcla de dinosaurio con animal mitológico, terminado con lentes oscuros, un vaso con sombrilla y y gaseosa hechos con resina poliéster traslúcida en una mano, y en la otra un reproductor de CDs, también modelado por la niña. La cola del dragón, larga y curva hacia arriba, terminaba en una punta emitiendo llamaradas pintadas de rojo. Se aguantó largas y abundantes clases cultivando su paciencia y esfuerzo para llevar a cabo su cometido, hasta patear enojada el puntal de la cola porque no fraguaba rápido, y a repararla luego, aprendiendo la lección de que a los materiales hay que respetarles los tiempos.
Como las clases duran seis horas, hacemos un alto en el medio para tomar el té, momento en el que nos juntamos todos en la gran mesa del taller a recobrar fuerzas, con las galletitas y tortitas que todos aportan, y con media hora de tertulia sobre arte e historia y hasta literatura y música, ya que la religión y la política son temas prohibidos desde siempre en la clase.
A. tomó un día su taza con forma de canario Piolín, y comiendo su galletita dio la vuelta al gran taller hasta quedarse atónita ante su obra que estaba fraguando. Genuinamente sorprendida, se llevó su mano al pecho y exclamó:
—¡Madre de Dios! ¿Yo hice eso?
El trabajo nos va llevando a todos sin darnos casi cuenta y lo vamos disfrutando y penando en el camino, haciéndonos perder la magnitud de lo que estemos haciendo, hasta que un día tomamos conciencia al mirarlo con otros ojos.
De lo que reitero que hay tantos motivos de alegría y satisfacción que me siento afortunada y agradecida, porque siempre, desde adolescente, estuvo presente en el recuerdo la frase leída, del escultor Andrea del Verrocchio, "el maestro sólo es bueno cuando el alumno escucha".
Imagen de Google.