Sabemos que, al decir de los irreductibles galos que resistieron ayer y siempre al invasor, Roma sería la ciudad más prodigiosa del universo, al menos en Italia.
Le siguen muy de cerca Venezia, Milano, Palermo, Genova, y tantas otras que están a la misma honrosa altura tratándose de belleza, idiosincrasia e historia.
Pero para mí, la ciudad más prodigiosa del universo es ¡Firenze! Para mis caros sentimientos, es la que me provoca ir y volver muchas veces sin cansarme en absoluto.
En Firenze están mis más grandes y admirados escultores, Michelangelo y Luca Della Robbia, portentos increíbles que me anudan la garganta de emoción.
En Firenze sus callejuelas retorcidas de piedra,
su Ponte Vecchio sobre el río Arno al amanecer y al atardecer,
su Campanario del Giotto que domina la ciudad, su Academia, su Museo de la Opera del Duomo con las herramientas que se usaron para levantar la Cúpula de Bruneleschi…
Sus pizzas cortadas a medida,
su exquisita repostería,
sus músicos a la medianoche y su público bailando el vals en la calle al compás de sus melodías, sus Pinoccios diminutos,
sus madreperlas, corales y sedas naturales, artesanías propias de la ciudad desde siempre,
¡el Palazzo della Signoria!
¡su Logia de Orcagna!
…y la obra de escultura más prodigiosa del universo también…
No seguiré cansando a los lectores con mi renovado mal de Stendhal florentino, sólo les dejo mi amor por una de las ciudades más preciosas del mundo y, para mí, la más importante de Italia en mi corazón.
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