viernes, 29 de julio de 2022

Cultivar la paciencia

 La paciencia en los niños se puede enseñar de muchas maneras. Una muy buena es el arte. En las clases de escultura, la paciencia es la virtud más importante de adquirir, porque los materiales y las técnicas requieren sus tiempos y contra ellos no hay nada que hacerle.

Una alumna pequeña llamada A. se puso a hacer un dragón más grande que ella. Gordo, simpaticón, con un minicomponente en una mano y un vaso de cola —hecha con resina— en la otra, con una sombrilla insertada, además de llevar lentes de sol, un dragón muy moderno. Lo hizo en yeso directo, esto es, yeso cerámico preparado de a pocas cantidades, para tener tiempo de darle forma antes de que fragüe. Son incontables las cantidades de veces que hay que preparar ese yeso.

El día que A. trabajó en el rabo largo con fuego en la punta, lo apuntaló para que se endureciera bien, en la posición que ella quería, en alto. Como era invierno, el yeso tardaba en fraguar y A., criaturita, dijo literalmente que estaba "harta de esperar" y pateó el puntal de madera que hacía de soporte. Resultado, la cola del dragón se cayó y hubo que rehacerla, con el trabajo y el tiempo que lleva una reparación eficaz.

Todas estas experiencias de prueba y error van templando el carácter de los niños… y de los adultos, que aprenden a ser constantes, perseverantes y con temple firme. Te sorprenderías de ver que es así.

En cierta ocasión una madre me comentó que en una charla familiar en la cena, una pariente suya le había preguntado a su hijo L.:

—¿Qué es lo que más has aprendido en el Taller de Elizabeth?

A lo que el niño le respondió, sin pensarlo:

—A tener pacieeencia…

Hay también mucha literatura que puede enseñar bastante de esa virtud, tan necesaria en ciertos momentos de la vida. Yo me nutrí con la obra de Monteiro Lobato desde muy pequeña, y la lectura que tenemos desde niños nos queda aún más fijada que cuando la leemos de adultos. Era una fábula que decía así:

"Discutieron cierta vez la tortuga y el ciprés.

-¡Aguarda! –dijo éste, furioso-. ¡Ya te alcanzaré! ¡Ya verás que te haré una de las buenas!

Y quedó de sobreaviso, con los ojos fijos en el animalito que defendía su posición, encogiéndose de hombros.

Fue pasando el tiempo; la tortuga se olvidó del asunto. Un buen día pasó al alcance del ciprés, en el momento en el que se desataba una feroz tormenta. El enorme árbol se retorció de pronto, se quebró por el viento y cayó encima de la tortuga.

-¡Toma! Quiero ver ahora cómo te las arreglas. Estás atrapada y bien sabes que soy madera que dura cien años...

La tortuga no se dio por vencida. Se acurrucó dentro de su caparazón, cerró los ojos como para dormir y dijo, filosóficamente:

-Pues... como yo vivo más de cien años, esperaré a que te pudras.

Moraleja: La paciencia vence los mayores obstáculos."

Diseño personal.

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