Entiendo que lo que diré ahora será polémico para muchos. Adelante, pues.
Desde adolescente me parecía una atrocidad ver obras de arte y arqueología importantísimas luciéndose en los museos de los países que se apropiaron de ellas. Con el tiempo comencé a ver las cosas con una mirada más benévola.
Sabiendo luego, al estudiar, que el Partenón de la Acrópolis ateniense fue convertido en un polvorín y luego explotado por los enemigos, caí en la cuenta de que si el Museo Británico de Londres no hubiese comprado y/o robado las piezas fantásticas que tiene, quién sabe en qué estado se encontrarían hoy. Esto es solo un ejemplo.
Mediando un acuerdo —que tengo entendido que existe— entre Grecia y el Reino Unido de devolverse las obras sustraídas para determinado año (Bélgica ya devolvió un centenar de ellas), ya no veo tan mal este despojo de obras en su momento.
Recuerdo con inmenso dolor el yacimiento arqueológico de Palmira volado por explosiones y estatuas invalorables de Nínive destruidas a golpes de martillo neumático por los fundamentalistas de ISIS. No estuvieron a salvo por estar en su propio país.
En el mío, Argentina, se han robado a través de valijas diplomáticas gigantescas, miles de piezas arqueológicas, mayormente diaguitas, que se lucen en los museos de Inglaterra, EEUU y Alemania, especialmente este último país. La culpa es nuestra, tardamos mucho en darles el valor adecuado y en crear la Ley 25.743 de Protección del Patrimonio Arqueológico y Paleontológico que está hoy en vigor desde hace pocos años. Antes de eso, el vandalismo por buscar valores de oro inexistentes debido a la fantasía o mito popular, y la poquísima cultura que conduce al desamor por lo nuestro, del argentino medio, ha destrozado innumerables yacimientos arqueológicos de nuestro Sud América. He visto y fotografiado una conana de dos mil años utilizada para darle agua al gato y una vasija Santamariana (850–1480 d.c.) como portamacetas, pintada como un payaso con esmalte sintético de colores verdes, rojos, blancos. Ignorancia criminal. La vasija y la conana fueron rescatadas por nosotros y puestas bajo la protección de la Ley de Patrimonio.
Por eso, cuando los países originarios de estas invaluables piezas arqueológicas y artísticas lo merezcan, por adoptar una cultura proteccionista y correcta, las obras deberían volver a sus tierras mediante las vías legales que correspondan. No se justifica ningún despojo, pero cuando se trata de algo irrecuperable, de lo malo se rescata lo bueno, porque una obra de arte y/o histórica no tiene precio para el acervo de conocimientos y de la idiosincrasia que la historia nos da a todos.
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